martes, 21 de junio de 2011

La fatal historia de Alan Campell. Pastiche de "El retrato de Dorian Gray"

Alan Campbell estaba cansado. Tenía mucho tiempo que no trabajaba tan duro en su laboratorio. Sabía que si lograba terminar el experimento, la gente de todo el país lo admiraría.
Se recostó sobre la cama del cuarto de invitados, pues esta se encontraba a un lado del laboratorio. Poco a poco empezó a cerrar los ojos, a respirar lentamente, hasta quedar profundamente dormido.
En su mente viajaban pensamientos que lo hacían sonreír mientras dormía. Todos esos estudios y libros que había conocido divagaban por sus sueños, hasta que en estos se encontró en la recámara en donde estaba dormido.
Dentro del sueño recordaba como ese cuarto había sido suyo cuando era pequeño, pero que después dejó al morir sus padres y se quedó con la recámara de arriba.
De pronto una sombra invadió su sueño, era la sombra de algún hombre que se encontraba de espalda. Alan caminaba hacia él tratando de descifrar de quién se trataba. Pero al acercarse a él sintió la presencia de una persona a la que detestaba con todo su ser.
El hombre que estaba de espalda movió la cabeza, el científico escuchó su voz. Era Dorian Gray que le agradecía por haberle dejado dormir en su casa.
Alan saltó de la cama, estaba sudando y agitado. Mientras observaba toda la habitación recordaba que en ese lugar Dorian había dormido muchas veces y por lo tanto tenía que salir de ahí.
Al salir se encontró con su criado que esperaba en la puerta. Le entregó una carta, que al principio Alan no quería abrir, pero lo hizo y al leerla se encontró en un gran dilema.
La carta era de Gray, decía que lo necesitaba urgentemente, que su vida dependía de que él fuera a verle. Alan sabía que Dorian había sido responsable de todas esas pasiones y pecados que habían dañado su vida tiempo atrás, y si lo veía otra vez no sólo su vida estaba en riesgo sino también su reputación.
Tomó su abrigo y decidió tomar su carro para ir con Dorian. Se prometió a si mismo que sólo iría por un momento y regresaría a su hogar.
Durante el viaje sus recuerdos con Dorian Gray lo hacían sentir desgraciado pero con una cierta nostalgia de haber tenido una amistad tan cercana e interesante con él.
Al llegar, el criado de Dorian lo recibió y lo pasó a la casa. Dorian se encontraba con un rostro de impaciencia y quiso saludarlo pero Alan se mostraba indiferente.
Dorian le relató lo que había hecho, el asesinato que había realizado.
De inmediato Alan quiso detener su relato, sin dejar que Dorian terminara de explicarle la razón por la que había pedido su ayuda. Alan se negaba a sí mismo en tener alguna relación con ese crimen, pero Dorian se aferraba a que Alan era la única persona que podía ayudarlo a deshacerse del cadáver que se encontraba en el cuarto de arriba.
Alan trataba de mantenerse firme en su decisión, no iba ser parte en lo que Gray quería entrometerlo. Sabía que tenía que salir de ahí, pero algo dentro de él lo aferraba a su asiento, tal vez era el encanto de Dorian que lo hacía sentirse débil por dentro, aunque su rostro reflejaba cierta seguridad.
Pero esa seguridad que presentaba se desvaneció cuando Dorian se le acercó con un papel que reflejaba uno de los peores miedos de Alan. Era una sentencia para él, pues el papel advertía que si Alan no le ayudaba a Dorian a deshacerse del cadáver, el presidente de la Comunidad de los Científicos de la ciudad se enteraría del verdadero culpable de la desgracia de su hija.
Amelia, la hija del presidente, había sido una bella cantante de ópera que Alan y Dorian habían conocido en uno de sus conciertos, cuando aún estos disfrutaban de esos tiempos juntos llenos de alegría y música.
Al recordar esos momentos Alan se estremeció, pues en su mente llegaron las imágenes de la peor acción y desvergüenza que había realizado en su vida, a una de las familias más respetables del país entero, y de la que Amelia había sido parte muy importante dentro del orgullo en la familia, y que Campbell se había encargado de destruir.
Sabía que el presidente de la Comunidad de los Científicos, no lo perdonaría y toda su reputación, sus trabajos y estudios se afectarían para siempre. Su vida terminaría y la esperanza de tener algún éxito en el futuro se acabaría.
Alan se quedó sin habla, con el corazón y el rostro débil y estremecido. Siguió las instrucciones de Dorian y mandó un aviso para que trajeran todos lo que necesitaba para destruir el cadáver del hombre del cuarto de arriba.
Cuando se encontraba solo dentro de la recámara, pensó que sus pensamientos no lo dejarían trabajar, pero fue la desesperación e impotencia que sentía ante la situación, que pudo terminar el trabajo de la mejor manera que se podía.
Salió agitado de la casa de Dorian, jurando a Dios que no volvería a pisar ese lugar ni una vez más. Y cuando llegó a su hogar sólo quiso descansar.
Se despertó como cualquier otro día, pero algo en él le pesaba, era como si tuviera que estar cargando pesadas cargas atadas a sus pies. Era la misma sensación que había sentido tiempo atrás con la horrenda acción con Amelia.
Decidió aferrarse nuevamente a sus estudios, como lo había hecho hace años, para olvidarse de aquel sentimiento de culpa y miseria que lo embargaba, pero ahora lo haría de mayor manera.
Pero pasaron dos semanas y la misma sensación lo atormentaba más. Por las noches no podía dormir, la ansiedad lo hacían retorcerse dentro de sus pensamientos y sus extremidades reflejaban esto.
Una tarde sin poder terminar el experimento que había estado haciendo antes de que Dorian lo necesitara, estaba sentado en el suelo de su laboratorio sudando, tratando de tranquilizarse.
De pronto sus ojos se encontraron con aquella caja que contenía todo lo que había utilizado para desaparecer el cadáver de la casa de Dorian, no se había atrevido a abrirla desde entonces.
Suavemente caminó hacia ella y la abrió. Vio en esta el frasco que contenía uno de los más poderosos químicos que servían para quemar y penetrar lo más profundo de muchos objetos, y que había utilizado para desaparecer gran parte del cuerpo ya muerto.
Lo tomó con sus temblorosas manos, y pensó en lo que estaba por hacer. Sabía que nunca debió haber ido a la casa de Gray, y se arrepentía de haberlo escuchado. Ahora ya nada valía la pena, aunque sus secretos estuvieran a salvo, su vida y alma ya estaban perdidas. No tenía fuerzas ni el control personal que le permitieran seguir. En su entorno y su reputación ya no tenía problemas, pero en su interior algo le inquietaba y le carcomía. Qué importaban sus trabajos y logros si él ya no era el mismo, si su ser ya no encontraba escapatoria ante tanta ansiedad y agonía.
El químico se escurrió sobre los labios de Alan, y todo su interior empezó a arder. Ahora ya no sólo sentía esa agonía en el alma, sino que ahora su cuerpo podía sentir ese mismo dolor.
Dos días después, el criado de Alan lo encontró dentro de su laboratorio muerto. En un principio se alteró ante tal escena, pero después se quedó quieto, pues al ver los ojos de su amo pudo ver cierto descanso, como si el fallecido al fin hubiera encontrado la tranquilidad que tanto había buscado.



 J. Antonio Hernández

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